Planificamos esta visita a Londres aprovechando que íbamos a embarcar en un crucero por el mar Báltico con salida desde Dover, llegando unos días antes, y así poder conocer una de las últimas grandes capitales europeas que nos quedaba. Como nos comentó un norteamericano residente en Bocaratón (Miami), que conocimos en el crucero Norwegian Jade, la suerte que teníamos de tener cualquier punto de Europa a un máximo de tres horas de vuelo. Y la verdad que tenía razón, pero eso yo ya lo sabía. Londres es una ciudad que en un principio no me atraía especialmente y me daba mucha pereza visitarla, y no sé por qué la verdad. Casi todos nuestros amigos y conocidos coincidían en que nos iba a gustar mucho, que era una ciudad muy bella y cosmopolita, y que tenía montones de cosas que ver. Y estaban en lo cierto. Nos ha gustado muchísimo. Pero vamos por partes.
Lo primero que hicimos fue acudir a uno de los tipismos de Londres. El cambio de guardia en el Palacio de Buckingham. Vistoso y colorido, con una muchedumbre ingente, y con alguna que otra estridencia, como interpretar por parte de la banda de música el tema central de las películas de James Bond, que sin embargo parecía hacer las delicias de los turistas allí congregados. Resulta bastante complicado conseguir una buena posición donde contemplar el cambio de guardia y por extensión el palacio en si. El edificio del siglo XIX ha sido residencia permanente de la realeza desde la época de la reina Victoria y en él ondea la bandera cuando la reina está en palacio. Es posible su visita a las salas donde se celebran ceremonias oficiales, pero sólo en los meses de agosto y septiembre.
Después nos dirigimos por Green Park hacia el Arco de Nelson, para desde allí, visitar Hyde Park, auténtico pulmón de Londres y oxigenarnos en uno de los parques icono de Londres. Una vez suficientemente oxigenados, nos encaminamos a recorrer la calle Picadilly, con sus edificaciones señoriales y curiosos escaparates, hasta desembocar el Picadilly Circus, lugar de concentración de turistas y locales. Aprovechamos para descansar un poco sentados en las inmediaciones de la fuente contemplando los inmensos rótulos luminosos. Realmente no me pareció gran cosa más allá de la curiosidad de estar en esta plaza tan televisiva y con tanto tráfico de viandantes. Más tarde, después de un reparador almuerzo, nos dirigimos al Soho, barrio bohemio en mitad del West End que alberga multitud de locales de ambiente homosexual y el pequeño barrio chino y por allí nos perdimos por las calles paseando tranquilamente. Continuamos nuestro particular tour hasta Trafalgar Square, otro de los lugares de parada obligatoria donde descansar nuestras maltrechas piernas contemplado al almirante Nelson, uno de los artífices del inicio de la decadencia del Imperio Español, y la cantidad de personajes variopintos que pululan por esa plaza. Y como no, todas las zonas verdes de la plaza tapizadas con los cuerpos de los londinenses tomando el sol, leyendo, comiendo sopa en bote o dormitando. El tiempo pasaba, así que decidimos someter nuestras piernas a una nueva prueba en la National Gallery (entrada gratuita), eso sí, seleccionando lo que más nos interesaba si no queríamos morir en el intento.
Para finalizar la jornada bajamos por la calle Whitehall y la del Parlamento, haciendo una parada en Downing St para ver si veíamos la casa del primer ministro en la lejanía (misión imposible al estar la calle acorazada), hasta desembocar en el Big Ben, y pasando por la Abadía de Westmister terminar en los alrededores de la estación Victoria para cenar y poder descansar nuestras caricaturas de piernas en el hotel después de una maratoniana jornada pedestre que sin duda mereció la pena.
Después del reparador descanso nocturno, salimos del hotel con la intención de seguir explorando esta excitante ciudad. Comenzamos con un desayuno en los múltiples sitios donde lo puedes tomar, mucho más económico que el típico buffet del hotel. Esta vez tocaba lo primero visitar la Abadía de Westminster, para después contemplar con detalle una de los edificios que más expectación nos creaban, el Parlamento Británico, de estilo neogótico. Evidentemente no lo visitamos por dentro por la dificultad de adquirir el permiso a través de la embajada británica. Desde este punto, y bajo la atenta y puntual mirada del Big Ben, disfrutamos las hermosas vistas del río Thamesis desde el puente de Westminster con el London´s Eye de fondo, que se ha convertido en un particular emblema de Londres. Ni nos planteamos subir a bordo de esta gran noria primero por las enormes colas que había que soportar y segundo por el elevado precio que tiene. En el mismo embarcadero del London´s eye, la primera vez que nos encontrábamos en la orilla sur del río, embarcamos en uno de los barcos turísticos que hacen las funciones de barco bus para descender por el Thamesis hasta el barrio de Greenwich a unos doce kilómetros al este del centro de Londres, y después de un paseo de algo menos de una hora, visitar allí el antiguo observatorio y el famosísimo meridiano cero. Después de comer visitamos el museo Nacional Marítimo (entrada libre) y nos quedamos con las ganas de poder ver el Cutty Sark que se encuentra en proceso de restauración.
Ya avanzada la tarde embarcamos de nuevo en uno de los barcos y nos deleitamos la vista con los numerosos edificios de apartamentos modernos y de diseño (e imagino que carísimos), que le dan toque distinto a la fachada del río, para esta vez apearnos en la Torre de Londres. Uno de los monumentos más visitado de la ciudad que ha tenido toda clase de funciones (fortaleza, palacio, prisión...), hasta hoy en día que guarda las Joyas de la Corona. Más espectacular, al menos para nosotros por su emplazamiento y diseño, es sin duda el Puente de la Torre. Lo atravesamos hasta llegar a la otra orilla y nos sentamos para poder contemplarlo en una visión conjunta con La Torre de Londres, el tráfico fluvial y el devenir de turistas y londinenses.
Nuestro recorrido por Londres continuó por la orilla sur en un agradable paseo, y con un día excepcional, hasta llegar al crucero H.M.S. Belfast. Buque de guerra que participó en el desembarco de Normandía, hoy convertido en un museo en si mismo y con posibilidad de visitarlo previo pago.
Todo este paseo (el Bankside) hasta llegar a la Tate Modern y dejando atrás el London Bridge y el nuevo ayuntamiento, está repleto de bares, pubs y restaurantes, y también se encuentra el Globe Teatre Shakespeare. Después de una buena pinta cruzamos el puente peatonal del Milenio donde se puede sacar unas buenas fotografías de la Catedral de San Pablo (famosa por los créditos de series tan populares como Benny Hill o los Ropper) y de la Tate Modern. Aprovechamos a cenar frente a la catedral (lo siento...no sucumbimos al "fish & chips) y refugiarnos del único chaparrón que sufrimos en este viaje a Londres. Para regresar a nuestro hotel tomamos un típico autobús de dos pisos que nos llevaría hasta Victoria Station.
Ya los otros dos días los dedicamos a visitar, en primer lugar el British Museum, al que dedicamos la mañana y una parte de la tarde. Procuramos no perdernos algunas de las joyas que están expuestas y que no pudimos ver en su emplazamiento original en nuestros viajes a Egipto o Grecia (imprescindible una larga parada en los relieves asirios con las escenas de cacerías de leones). También dedicamos una pequeña atención a los mercados londinenses, visitando el pequeñito que está ubicado en la calle Picadilly y el del Covent Garden, aunque esto último no era lo prioritario para nosotros. Lo que si que nos gustó es el ambientazo que se vive en el Covent Garden y sus alrededores. Sitio ideal para refrescarse con una cerveza o cenar el los muchos locales existentes en la zona.
Este es un resumen de nuestras andanzas por esta sorprendente ciudad a la que seguro volveremos en un futuro.